martes, 14 de mayo de 2013

Emociones que emanan del vino

Alguien me dijo alguna vez que los momentos más felices de la vida se dan alrededor de una mesa, frente a una comida amparada por unas copas de vino.  Como se dice en "El hombre del tren":
"Qué contento estoy de beber con usted. Crea lazos, El alcohol. He aquí la verdadera comunicación."
Por ello decidí hacer referencia al vino como canto al disfrute. Pero la vida no es sólo eso, y el vino puede suponer un amargo compañero de camino. De aquí este pequeño homenaje del cine a todos estos momentos. 

Me parece acertado comenzar con la película “Dublineses” de John Huston, ya que se nos muestra esa doble visión de la existencia, el lado dulce y el amargo. No puedo dejar de hablar de una secuencia que permanecerá para los anales de la historia del cine. Ese plano intenso y sostenido de unas simples escaleras, la perfecta iluminación baña a una de las protagonistas, mostrando una inconmensurable melancolía y fragilidad. Un escalofrío recorre mi cuerpo ante una secreta emoción contenida, ante la duda de un motivo que estremece hasta tal límite esa protagonista. Y ese increíble monólogo final que se desenvuelve en profundas reflexiones y recuerdos de amor y muerte, sobre el paso del tiempo, y la inalienable decadencia que esto entraña. Por el pasado y recuerdos que no volverán, todos irrecuperables, ahora sólo queda unos melancólicos ojos vidriosos. Pero esta película también nos deja un lado más luminoso. Destacando ese brindis a los postres. Después de escuchar el gorgoteo del vino de Jerez o de Porto: 
“ No debemos amargarnos o dejarnos arrastrar por estados de animo sombríos. ¡Todos tenemos deberes y afectos para con los vivos que exigen de nosotros, con todo derecho, nuestro más denotado esfuerzo. (...) Bebamos a su salud, por su prosperidad, una larga vida, felicidad y riqueza.”



Un poco a mi pesar, como he comentado en entradas anteriores, volveré a hablar de “Entre copas”. La película narra las historia de una pareja entrañablemente quijotesca. Miles, un aspirante a escritor depresivo y apasionado del vino, y su viejo amigo Jack, un actor fracasado que está a punto de casarse, ambos comenzarán un viaje teniendo como incomparable telón de fondo la región vitícola del Valle de Santa Ynez en California. En esta historia de perdedores sumidos en la crisis de la mediana edad, nos centraremos en Miles. Parece que su amor por el vino es una ventana que le permite saciar la frustración de una persona insatisfecha, que vive a la deriva, intentando evitar una melancolía de la que no se puede despegar. Él mismo se presenta a si mismo cuando habla de la variedad Pinot Noir: 
“Es una uva difícil de cultivar. Es de hollejo fino temperamental, madura temprano... No es una superviviente como la Cabernet. No, la Pinot necesita atención y cuidados constantes. De hecho, sólo puede crecer en rinconcitos concretos, muy recónditos del mundo. Y sólo los viticultores más pacientes y cuidadosos pueden conseguirlo en realidad. Sólo alguién que de verdad dedique su tiempo a entender el potencial de la Pinot puede lograr sacar su máxima expresión. Y además sus sabores son los más evocadores y brillantes, emocionantes y sutiles y antiguos del planeta.” 
Pero dejando de lado más oscuro de la película, vamos a transcribir una de las más emotivas evocaciones que transmite el vino a Maya, una de las protagonistas: 
“Me gusta pensar en la vida del vino, en que es una cosa viva. Me gusta pensar en lo que sucedía el año en que crecían las uvas. En como brillaba el sol, o si llovía. Me gusta pensar en toda la gente que cuidó y recogió las uvas. Y si es una vino añejo, en cuantos de ellos deben estar muertos... Me gusta ver como un vino sigue evolucionando, y si por ejemplo abro una botella de vino hoy sabrá distinto a como sabría si la hubiera abierto cualquier otro día. Porque un vino embotellado en realidad está vivo. Y evoluciona y adquiere complejidad constantemente, hasta alcanzar su punto álgido y entonces comienza su constante e inevitable declive. Y además sabe jodidamente bien.” 

A estas alturas no puedo dejar de hablar del delicioso “El festín de Babette”. El film narra la llegada de una joven Babette a un aislado pueblo danés en su huida de la “Comuna de París”. Allí es acogida como criada y cocinera en la casa de dos beatas y solteronas ancianas que han donado sus vidas y su felicidad a la beneficencia, anclando sus existencias a dogmas religiosos. Años después la protagonista será sorprendida como ganadora de la lotería, que le dará la oportunidad de agradecer la bondad de ambas hermanas, preparando una cena de tintes franceses marinados con vinos del país galo. Un grupo de vecinos del pueblo acudirán a la cena pero con la secreta convicción de no disfrutar de los pecaminosos placeres terrenales. Pero los comensales no podrán disimular las emociones que liberará los sutiles placeres de la cocina francesa. Que se plasma en ese relamerse una y otra vez de una anciana debota de Dios al probar un vino, del que no es capaz de imaginar los ceros de su precio. Hecho que podemos plasmar en esta frase de uno de los personajes: “Esta noche he aprendido que en este hermoso mundo nuestro todo es posible”. 
Pero me pregunto qué pecado hay en beber o comer, siempre y cuando no lleguemos al extremo de la gula. Porque siempre lo desconocido ha de ser malo, prohibido o lujurioso. Qué humana debilidad o miopía nos impide disfrutar del trabajo de una artista como se nos define en la película, “Un artista nunca es pobre, yo podía hacerlos felices cuando daba lo mejor de mi misma.”
Pero al espectador, ante la impotencia de no poder sentarse a esa mesa, sólo le queda dejarse llevar por los embriagadores aromas e intensos sabores que surgen de los vinos y manjares de la pantalla. Y desatarse de esos dogmas o metas un poco absurdas, que nos impiden alcanzar momentos de verdadera felicidad, como se dice en la película: “Tú crees que el resultado de muchos años de victorias y de éxitos puede ser una derrota”. Todo ser humano echará la vista atrás preguntándose que ocurriría si no hubiese dejado escapar esas oportunidades finalmente pérdidas. Pero no son esas dudas la sal de la vida. 

Y por supuesto, en el cine también encontramos un especial vínculo entre el vino y los romances. Un gran ejemplo podría ser esa poética invitación a una cita en “Noches de vino tinto”: 
“Si quieres venir, si no me iré solo. Empezaré a pequeños sorbos, como si besara a la mujer más amada, a ti, en cada vaso, te prometo que continuaré así, igual, besando, besando cada vaso, a cada sorbo, hasta tener la impresión de que estoy absorbiendo vino por todos los poros. Hasta ver aparecer mi caballo negro, de las más amplias alas; saltar sobre él y, a horcajadas, empezar a recorrer mundos de privilegio hasta el último cielo, jamás alcanzado por nadie. Y la noche se hará redonda esférica negra de pureza y comprensión y nos encontraremos capaces de saciarnos de serenidad. (…) Se multiplicarán las palabras y las ideas nuevas y las nuevas sensaciones. El caballo negro de las amplias alas irá esta noche hasta la orilla de la más estremecedora soledad. Soledad de ambos, bien, si quieres. Soledad de mi solo si no quieres venir.” 

Aunque también se puede degustar la soledad del vino en “Todas las mañanas del mundo” en la que encontramos un hombre que solamente parecía disfrutar del vino y del quejido de su viola.


Y ese padre bastardo de algunas de las obras de David Lynch, “Providence”. Donde se nos presenta un anciano y ebrio narrador que está trabajando en su último libro. El protagonista padece un insomnio que solo cesa para dejar paso a unas horribles pesadillas, que como él define: “A una vida ridícula, pesadillas ridículas”. El literato nos cuenta su historia y en ella hay una clara obsesión entre muchas otras. El vino blanco, es omnipresente en toda la película, en todo momento, en todo lugar: “Me encantaban el sol y en vino frío”. Que me recuerda a una cosa que dijo el genial cineasta finlandés Aki Kaurismäki en una ocasión: “No hay ninguna razón para vivir, salvo el vino blanco”

Pero dejando de lado las artes, también debemos volver a disfrutar de la simplicidad de las cosas buenas, como en “Conversaciones con mi jardinero” o las encomiables pequeñeces de “La fortuna de vivir”. En ambas películas nos envuelve una dulce candidez que nos brindará una media sonrisa cargada de una agridulce sensibilidad. Centrándonos en el vino, este producto sale en más de la mitad del metraje de ambas producciones, y donde solamente es necesario discernir entre el buen vino y vino. El que nos gusta y el que no y alejarnos un poco de esa parafernalia elitista de descriptores olfativos que ni conocemos su origen, como el de grosella negra, casis o bergamota. 
Tampoco podemos olvidar mentar “Hasta la vista”, otro agridulce canto a la vida. Donde se narra las peripecias de un trío de discapacitados, que tienen como refugio la degustación de vinos. De este modo aprovechan los sentidos que tienen intactos, disfrutándolos al máximo, con la complejidad de buenos vinos. 

Me parece idóneo finalizar “Melinda y Melinda” por tocar ambas caras de la moneda, ya que la protagonista se desdobla en dos crisis completamente antagonistas dando lugar a situaciones cómicas y dramáticas.
Circunstancias en las que Woody Allen pone sobre la mesa las cuestiones habituales de su cine: La inestabilidad del amor, la infidelidad, frustración, incomunicación, sofisticados romances... En esta tesitura el vino aparece como un personaje más. En todo momento está presente, en todas sus formas, blanco, tinto, espumoso y en todas las circunstancias, encuentros sociales, momentos felices de intimidad, para no caerse en el abismo de la tristeza y depresión. A veces bebido compulsivamente, otras veces con gusto y naturalidad, llegando la ebriedad con una explosión brusca o sutilmente entre risas, sin percatarse. Finalmente todo acaba confluyendo, lo trágico y lo cómico, en un brindis por los buenos tiempos:

“No existe una esencia especifica que pueda definirse (...). Los momentos de humor existen en un entorno general trágico (…). Hemos venido a disfrutar de una velada amena. Brindemos por los buenos momentos, cómicos o trágicos, lo que hay que hacer es disfrutar la vida mientras se pueda, porque sólo tenemos un viaje. Y cuando se acaba se acaba. Y con el electrocardiograma perfecto o no, cuando menos lo esperas puede acabarse así.”

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