sábado, 20 de abril de 2013

El vino en el cine francés

El cine de un país puede ser una inmejorable ventana de los productos nacionales. Que sería del cine japonés sin el conocido en occidente como “sake”. Todo samurai, campesino, miembro de una triada u hombre de negocios del país nipón bebe sosegadamente este destilado de arroz de forma sosegada y lenta.
Existen múltiples ejemplos, desde “El sabor del sake”, pasando por “Rashomon” hasta “Harakiri”.
Del mismo modo, no tendría perdón un western con la ausencia de whisky, sin éste la imagen de los solitarios y duros John Wayne, Clint Eastwood, Charles Bronson o Gary Cooper no sería lo misma. Seguramente, “El hombre sin nombre” ya no podría decir ese: “Yo no bebo agua”.
Existen innumerables ejemplos más, el té inglés (“El sirviente”), el ron en películas ambientadas en Cuba (“Habana Blues”), los destilados ilegales en las películas ambientadas en los violentos años 20 estadounidenses (“Con faldas y a lo loco”) o la cerveza en el cine de los países del norte de Europa como en “El séptimo sello”. Y os preguntareis: ¿Y el vino? El vino también aparece inevitablemente en gran parte de la “filmografía” de un país. Y obviamente estamos hablando de Francia. Esta nación sabe como “vender” sus productos, especialmente sus vinos y su gastronomía en gran parte de sus películas. Podemos apreciar como inconscientemente el vino ha impregnado el corazón de la cultura francesa, de hecho es difícil encontrar alguna producción cinematográfica del país galo que no haga referencia a uno de estos dos aspectos.

Y esta tendencia, en la que siempre encontramos alguna botella o degustación de vino, se puede observar en los últimos éxitos del cine francés como la agradable comedia de “Bienvenidos al norte” (2008), la taquillera “Intocable” (2011), la sutil “El erizo” (2009), la popular “Amelie” (2001), la mágica “Conversaciones con mi jardinero” (2007), la curiosa “Seraphine” (2008), la autobiográfica “Gainsbourg (Vida de un héroe)” (2010), la perturbadora “Caché” (2005)...
Pero la omnipresencia del vino también la encontramos en los grandes clásicos del país vecino.
En el film de Louis Malle, “El soplo al corazón" (1971) se puede observar una botella vino en todas las comidas. De hecho la presencia del vino es tan plausible que incluso el descarriado e incorregible protagonista adolescente es capaz de pedir un Chateâu-Laffite del 47 en un restaurante.
Continuando con un gran clásico, en “La gran ilusión” (1937) podemos leer: “Escuadrilla MF 202. El alcohol mata. El alcohol te vuelve loco, el jefe de escuadrilla bebe.” Y van más allá, pues incluso los reclusos franceses de un campo de prisioneros continúan comiendo con buen vino, a pesar de estar cautivos por el enemigo.
También en “El manantial de las colinas” (1986), ambientado en los incomparable paisajes de la provenza francesa, nunca desaparece la ineludible imagen del vino. No solo en botella, también en forma de viñedos y en la práctica de la propia vendimia.
Los ejemplos son inagotables, como la omnipresencia del vino blanco en “Providence” (1977) o las innumerables referencias enológicas de la elegante joya de animación de “Bienvenidos a Belleville” (2003), película llena de humor, sarcasmo y sentimiento donde podemos encontrar botellas de vino gigantescas sobre edificios e incluso un centro de vino Francés en la propia Belleville, esa gran urbe que emula a Nueva York.


También en “Jules y Jim” (1961), valuarte de la Nouvelle vague, donde destacan unos planos infantiles e inquietos, geniales, juguetones a la par que elegantes y sutiles. Especialmente en el momento en que Catherine, para defender a los vinos franceses frente a la cerveza alemana, comienza a enumerar bodegas, vinos y denominaciones de origen:

"- Tenga Jim, va siendo hora de que empiece a apreciar la cerveza alemana.
- Jim es como yo, es francés, le importa un comino esa cerveza.
- No es verdad.
- ¿Cómo?! Pero si los viñedos franceses son los más variados de Europa, del mundo incluso. Están     los... Yo que sé... Los Bordeaux... Château la Fite, Château Margaux, Château Iquem, Château Fontanague... Saint-Emilion, Saint Julien, Entre-Deux-Mers, es de los mejores... También están... Espera... Los Clos de Vougeot, los Bourgogne, los Romanèche, los Chambertin... Los Pomerol, los Pommard, los Chablís... los Montrachèt, los Volnay, y después... los Beaujolais, los Puits Frisés, los Puits Elachés, los Moulin à Vent... los Fleurie, los Narbonne, los Brouilly, los Saint-Amours..."


Podemos continuar con "El silencio de un hombre" (1967) o “Ascensor para el cadalso” (1957), con ese distinguido cine negro francés. Cómo puede haber alguien que no le guste estas películas, o alguien que no disfrute de esa trompeta de Miles Davis en la segunda de las películas citadas o como se dice en ésta: “¿Cómo puede haber alguien a quién no le gusta el Champán?"
También encontramos vino en otro gran clásico “Mi tío” (1958), donde se representa un mundo superficial, gris, tan milimétricamente aburrido, esquemático, inerte, tal es la genial caricatura que llega al esperpento en esta crítica a la sociedad de consumo.
Incluso se permiten el lujo de hacer criticas negativas de sus propios vinos, como por ejemplo en “La coleccionista” (1967), aunque no deja de ser publicidad: “Lo peor es el vino de Provenza. ¡Es asqueroso! Yo ya no bebo más. Hacemos mal bebiendo lo que no nos gusta, aceptando cosas que no nos gustan, viendo a gente que no nos gusta. Y acariciando a una chica que no nos gusta. Es una inmoralidad.”

Parezco Catherine ("Jule y Jim") enumerando su repertorio de vinos, pero lo cierto es que una larga lista parece que dota de notoriedad un argumento. De hecho, podemos continuar con la lista de películas:
“Paris bajos fondos” (1952), “El diablo probablemente” (1977), “El hombre del tren” (2002), “Hoy empieza todo” (1999), La triología de los colores de Kieslowski (1993/94), “Mi noche con Maud” (1969), “Un hombre que duerme” (1974), “Al final de la escapada” (1960), “La fortuna de vivir” (1999), “Crónica de un verano” (1961), “Todas las mañanas del mundo” (1991), “De latir mi corazón se ha parado” (2005), “Los cuatrocientos golpes” (1959), “La venganza de Manon” (1986), “La chica del puente” (1999)... Y seguramente muchísimas más que ahora mismo no alcanzo a recordar.
Pero las menciones al vino van más allá, ya que incluso la películas extranjeras cuando hacen referencia a Francia o son rodadas en alguna de sus ciudades, no pueden evitar que aparezca en escena el vino. Desde “Ratatouille” (2007) de la genial Pixar, uno de los últimos trabajos de Kaurismaki “Le Havre” (2011), la inolvidable “El festin de Babette” (1987)... Incluso Woody Allen no se pudo resistir en su oda a la capital francesa “Midnight in Paris” (2011) a encuadrar en sus planos diversas botellas de vino.



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