El cine de un país puede ser una inmejorable ventana de los productos nacionales. Que sería del cine japonés sin el conocido en occidente como “sake”. Todo samurai, campesino, miembro de una triada u hombre de negocios del país nipón bebe sosegadamente este destilado de arroz de forma sosegada y lenta.
Existen múltiples ejemplos, desde “El sabor del sake”, pasando por “Rashomon” hasta “Harakiri”.
Del mismo modo, no tendría perdón un western con la ausencia de whisky, sin éste la imagen de los solitarios y duros John Wayne, Clint Eastwood, Charles Bronson o Gary Cooper no sería lo misma. Seguramente, “El hombre sin nombre” ya no podría decir ese: “Yo no bebo agua”.
Existen innumerables ejemplos más, el té inglés (“El sirviente”), el ron en películas ambientadas en Cuba (“Habana Blues”), los destilados ilegales en las películas ambientadas en los violentos años 20 estadounidenses (“Con faldas y a lo loco”) o la cerveza en el cine de los países del norte de Europa como en “El séptimo sello”. Y os preguntareis: ¿Y el vino? El vino también aparece inevitablemente en gran parte de la “filmografía” de un país. Y obviamente estamos hablando de Francia. Esta nación sabe como “vender” sus productos, especialmente sus vinos y su gastronomía en gran parte de sus películas. Podemos apreciar como inconscientemente el vino ha impregnado el corazón de la cultura francesa, de hecho es difícil encontrar alguna producción cinematográfica del país galo que no haga referencia a uno de estos dos aspectos.