domingo, 3 de marzo de 2013

El viñedo y el paisaje vitícola en el cine (Parte 1)


El viñedo y el paisaje vitícola, por todas sus peculiaridades, puede emplearse como una herramienta más en manos de directores y realizadores en sus películas. Estos parajes, generalmente constituidos por monocultivos de vid, suelen esconder algún tipo de simbolismo, metáfora o personificación. A continuación, intentaré expresar algunas de mis interpretaciones de diferentes películas. Algunas pueden resultar atrevidas o rebuscadas pero, desde que me intereso por este mundo de la enología, no puedo evitar decir como un tonto cuando aparecen viñas en alguna película o serie: "Mira, si ahí hay un viñedo", y sacar algún tipo de conclusión.  

En “Sin techo ni ley” la directora, Agnès Varda, relata los últimos meses de vida de Mona, una adolescente vagabunda. Estamos ante una historia trágica, ambientada en una Francia invernal, donde los viñedos funcionarán como un tétrico y constante telón de fondo. La directora se aprovecha de esos cambios en los viñedos. De esa modificación estacional de las vides, en la que la planta pierde la hoja y se muestra desnuda y tortuosa.
De este modo, vemos a la viñas como un personaje más. Siendo protagonista en esos parajes invernales, fríos, tétricos, desolados y grises que entrañan una inmejorable consonancia con el desarraigo social de la protagonista. Y conjuntamente emanarán una cruda sensación de melancolía. A pesar de ello, parece que el único momento en el que la protagonista encuentra paz es entre esas cepas desnudas y retorcidas.

En “El Gran dictador” de Charles Chaplin, se fusiona a la perfección humor, sátira y crítica política. Fue un grito de repulsa frente a los totalitarismos que asolaban Europa cuando se lanzó la película en 1940. Con ese, ya clásico, juego del líder fascista con el globo del mundo y ese gran discurso final, que bien podría aplicarse a estos tiempos actuales; eso si, eliminando ciertos matices.

Mucha gente no asociaría esta película al mundo del vino, y yo no lo hubiera hecho sino la hubiese visto hace relativamente poco. En ella, algunos de los personajes se ven avocados a la emigración hacia Osterlich. Nombre con el que Chaplin parece hacer alusión a Francia. Y este país ficticio se muestra con una pequeña granja en medio de unos inmensos viñedos. Incluso se puede apreciar algunas escenas de vendimias. Mostrándose como una época de felicidad, que se refleja en la cara de los personajes, como si esos interminables viñedos de ese país ficticio fueran símbolo de esperanza, alegría y libertad.



En otra película, y tratando los mismos sentimientos y sensaciones encontramos “Las uvas de la ira”. Adaptación de la novela de John Steinbeck, que define a perfección Miguel Ángel Palomo en el Diario El País en la siguiente crítica:
"El más impresionante retrato de la depresión que asoló los Estados Unidos en los años treinta viene firmado por la mano maestra de John Ford. Un canto a la solidaridad. Cotidiana, lírica y comprometida, una película inolvidable, necesaria y magistral"
Una familia es desahuciada y expulsada de sus tierras. Para escapar del hambre y la pobreza se ven avocados a emprender un eterno viaje lleno de penalidades hacia California, con la esperanza de encontrar un futuro próspero. Como veis, esta película también guarda un claro paralelismo con algunas penosas situaciones actuales.
En este caso, el viñedo y su fruto queda relegado al título y a un sueño de esperanza. Aunque en esta película no se llegan a ver viñas en ningún plano, se plasma ese sentimiento en una secuencia en la que al abuelo de la familia le leen un folleto donde se reclaman 800 recolectores para los campos de California, y entonces el hombre, ilusionado como un chiquillo, pone su sueño encima de la mesa. Relatando una cata de uva con el sentimiento más profundo que jamás se haya visto en la historia del cine:
Ya veréis en cuanto llegue a California. Cogeré todas las uvas que me de la gana . Por fin podré hartarme de ellas. Cogeré de la cepa un buen racimo y lo arrastraré por mi cara para que me caiga el jugo por todo el cuerpo. Puede que hasta me meta en una tinaja llena de uvas, me siente sobre ellas y las aplaste hasta que no quede ni rastro. Eso sí me gustaría, vaya que si me gustaría.”

Otra película donde el viñedo juega un papel importante es “Un buen año”. La historia narra la vuelta de Max Skinner a la Provenza francesa para vender un pequeño viñedo que ha heredado de su tío, al que estuvo muy unido en su niñez. Este será el punto de inflexión que hará temblar la filosofía de vida de este experto en inversiones bursátiles.
Lo cierto es que no la considero una película notable, pero está narrada con pulso y explicada con cierto gusto. Se puede concluir que es una comedia romántica bien llevada.
En este caso vemos al viñedo como una vuelta al origen y a la infancia. Esa época de la vida, en la cual casi todos recordamos ser más felices aunque posiblemente nuestros recuerdos reales estén muy ligados a ensoñaciones y realidades creadas por nuestra imaginación. De todos modos y a pesar de su falta de originalidad, es agradable comprobar como este tiburón de las finanzas se va sumiendo en ese regreso a las raíces, a las viejas costumbres, a las ancestras tradiciones. Tan viejo, ancestral y tradicional como el propio vino. 

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